Equivocarme está en mis planes, y permitirme verte en mi diagnostico.
Me volviste a reñir, desmedidamente me volví a colocar. Me despejé, la caridad no me despegó, volví a besarme hasta los ojos.
Mojarme los dedos en lo profundo de este mar es un cálculo intrínseco.
Me convertiré en un “te quiero”, en un “claustrofobia”, en esporádicos “ámame”.
Realmente nos intrigan las burbujas estáticas, y quién nos va a llevar, y a donde. Si soplo más fuerte, si grito más fuerte, para que besaras, así, más fuerte… se acabaría toda esta empresa.
Sigo mandando señales equívocas por toda la sala. Acá esta tu locura, es tuya, para vos, para disfrutarla con ganas; este baile, y esta música, ya la bailamos. Sigamos.
Nos aburrimos a niveles estadísticos y nos divertimos llenos de humo.
Te cabe lo adorable y convaleciente que sos en este tipo de ideas. Te invito a seguir.
Por poco nos tropezamos y casi nos preguntamos uno del otro. Suena rototón, los cencerros y la campana, entra el acordeón multiplicado. Apareció un sombrero de yute en mi cabeza y en mi alma.
Me doy cuenta que estoy rosqueado, aún así nos emborrachamos y no nos importa nada durante varios fraseos. Sabiendo prácticamente nada del tema, descansamos en la tónica y lo hacemos continuar, suena esa canción en nuestras miradas.
La función se da cuando convertimos esas miradas en ocasiones, porque así sonaría, sabroso y con alegría.
lunes, 29 de noviembre de 2010
jueves, 18 de noviembre de 2010
en Lo de Charly
No eran verdaderas historias de terror las que oía, mientras fundía su mentalidad en ese rincón de mamá, así que decidió salir a caminar por la celulitis de la calle.
Saltó entre el asfalto y la acera, esquivó el charco, buscando quedarse perplejo en las esquinas y sobrevivir.
Cada encuentro era solo acción violenta con falsa adrenalina, y en segundos, encontronazos fuertes sin más que pasos ficticios.
Como si la lluvia no diera lugar a monstruos y demonios, emprendió la vuelta.
Casi se inspira y se desbloquea, pero como pensaba que los monstruos siniestros esperan el colectivo y Mefistófeles, les proporciona cocaína…
Cuando no prendió más cigarrillos su encendedor, se encendieron las luces de la calle y dio vuelta la esquina un repulsivo olor a putrefacción que le hizo taparse la cara y caminar un par de calles mas, hasta la otra parada.
Siguió cuadras acompañando a un perro que husmeaba sin detenerse al ras el suelo, Sin.
El pestilente olor retumbaba en su tabique y le cerró el estomago, sacó un calculo de horas, y con seguridad sabía que no quería volver a tener que cenar en el trabajo.
El paso coordinó con el perro y los ladridos se repetían entre él y la esquina que se aproximaba.
Solo pensó en lo estratégico de ese local abierto las veinticuatro horas, y al ver el momento oportuno para dejar de mojarse; tomó asiento en la barra, se pidió una Quilmes y un sándwich de vacío con papas fritas. La atención: una empanadita frita de carne.
El perro pasó por las banquetas y trajo su hocico hasta sus rodillas, así, un par de veces. No gimoteó, se sentó, y paró las orejas.
Entre dos sorbos de birra pidió fuego a unos tipos satisfechos que se escarbaban los dientes. Notó cierta despreocupación por parte del perro en la parrilla y lo bautizó Sin, (sin hambre).
Al servirle el primer bocado, en plato de aluminio, lo estacaron las miradas del cajero, el asador, el bachero, y los dos taxistas del lado izquierdo de la barra, incitándolo a catar la especialidad de la casa. Apagó el cigarrillo y esquivó su atención al repulgue y las burbujas quebradas de la masa. Haciendo como que miraba la tele, abrió la empanada en dos, dejando caer relleno. Sin, probó.
Su aullido osco de lobisón los dejó perplejos, alguien encontró lo que buscaba.
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